Todo fantasma paga peaje

Ilustración: Nicolás Riquelme.

Los espacios reducidos de las casetas de peaje albergan más emociones de las que aparentan. Rodeadas de misterio, sus trabajadores acostumbrados a la oscuridad de la noche aseguran que ocurren sucesos paranormales, que pasan desapercibidos por los automovilistas.

Por Fernanda Jure Olave.

Al salir de la Autopista Nororiente me encuentro con una caseta de peaje, en realidad son dos, pero sólo una tiene la luz encendida, el acceso a la otra está tapado por conos de seguridad y hay solamente una persona trabajando en el lugar.

Una mujer llamada Alejandra pasa en auto por el peaje. Ella me dice que la hora más transitada suele ser alrededor de las siete de la tarde: “Toda la gente llega como a la misma hora pa’ agarrar la tarifa baja, se hace la media fila”.

Son las nueve de la noche y viaja un número reducido de personas. Por eso, son pocos los automovilistas que tienen la posibilidad de ver algunos de los fenómenos que los trabajadores del peaje cuentan que ocurren en el sector. “Siempre pasan cosas, pero de noche, como a las tres o cuatro de la mañana. Da miedo, pero uno ya está acostumbrada”, afirma Ana Morales, encargada del turno de noche del peaje hace cuatro meses y agrega: “se levanta la barrera y se marca el precio aquí en el monitor del computador, como si hubiese pasado un auto” y sigue: “igual que el caballero. Pasa un caballero a veces, a esa misma hora, corriendo por la autopista y se supone que no anda nadie a esa hora. Todos los peajistas creemos que es un fantasma. También aparece una mujer vestida siempre con la misma ropa, frente a la garita”.

Le pregunté a varios automovilistas si habían presenciado algún fenómeno paranormal en el peaje. Lo más extraño que le había pasado a algunos fue que les entregaron mal un vuelto, otros hablaron de animales que se cruzaron en el camino o incluso me dijeron que mis preguntas eran lo más inusual que les había pasado.

En el cambio de turno llega Angélica Avilés, que no tiene mucho que contar más que un par de asaltos a sus compañeros. “Realmente yo llevo casi dos años acá, pero no he visto mucho. Creo que lo más entretenido ocurre de noche, pero no suelo trabajar tan tarde, hoy es una excepción, pues soy de Villa Alemana y viajo todos los días”, dice Angélica.

Mientras Angélica habla, un automovilista la interrumpe: “El caballero sin cabeza. Eso se cuenta, que pasa un gallo a caballo, pero sin cabeza. En todo caso cruza más allá por el túnel”. Se ríe de mi cara de espanto y sigue su camino.

Sobre la autora: Fernanda Jure Olave es alumna de segundo año de Periodismo y este artículo es parte de su trabajo en el curso Narración Escrita, impartido por el Profesor Manuel Fernández.