La política muralista del Mono

Foto Valentina Salvo

La primera vez que el fundador de la famosa Brigada Ramona Parra tomó una brocha fue para ayudar a su padre a pintar letreros comerciales en Curicó. Con 40 años de militancia en el Partido Comunista, el “Mono” hoy sigue pintando muros y creyendo que si el arte no es político, no es arte.

Por Elisa Calabrese

Alejandro “Mono” González se escucha agitado mientras se dirige a la comisaría. “Se llevaron detenido a mi hijo”, repite cada tanto. Nicolás (19), el menor, estaba haciendo un grafiti cuando fue descubierto por carabineros. No sabía que estaba pintando un edificio de Gendarmería en Puente Alto ni tampoco que por hacerlo debería repintar el rayado y otros 500 metros de cortina metálica.

Después del mal rato, González parte a la casa de su hijo mayor, Sebastián (26), para ver detalles del trabajo que realizan en conjunto. El taller, ubicado en La Florida, está lleno de cajas con jeans, pinturas a medio terminar y trozos de madera. Al día siguiente partirán al norte a grabar Melinka, una película –dirigida por Patricio Paniagua– sobre un actor detenido que hace teatro con otros presos políticos, ambientado en el Chile de los años 70. A pesar de que discuten constantemente y que cada uno tiene su estilo definido, Sebastián afirma que la relación profesional con el “Mono” es mejor que la padre-hijo.

Hace tiempo, dice González, que dejó de trabajar con películas que no traten temas sociales o históricos. “No me interesa esa otra farándula, es como perder el tiempo. Lo otro también es pega, pero esta es más digna”, dice arrugando el bigote. A fin de cuentas, el objetivo del fundador de la Brigada Ramona Parra, grupo de muralistas que nació al alero del Partido Comunista (PC) en 1968, es ser consecuente. Por eso decidió vivir y construir su taller en el paradero 40 de la Gran Avenida, en San Bernardo. Ahí participa en la junta de vecinos y se preocupa por los “domésticos”: drogadictos que delinquen para conseguir pasta base. Su gran sueño es transformar el taller en un centro cultural para la población, pero se arrepiente de no haber empezado antes. Cree que es un sueño de viejo. “¿Te imaginai yo fuera un pintor que vive en el barrio Bellavista? No soy de ese tipo”, dice arrugando el bigote otra vez.

González aprendió su oficio por razones artísticas y sociales, y fue así también como se interesó en política. Su padre, quien también era comunista, trabajaba en obras de agua potable en Curicó. Como ganaba muy poco para criar a sus ocho hijos, se dedicó a pintar carteles para los locales comerciales. Con un tarro de cola y un saco de tierra de color, el “Mono” partía con su padre para ayudarlo.

Alejandro González hoy tiene en carpeta varios viajes al extranjero. Cuando los encargados de su estadía le preguntan qué es lo que necesita, él siempre responde lo mismo: un muro, un lugar donde dormir, por lo menos un plato de comida al día y pintura. Con orgullo, dice que su trabajo es muy serio, pero sencillo.

La Brigada Ramona Parra fue fundada por Alejandro González y otros miembros de las Juventudes Comunistas en 1968. Su primer mural lo pintó en la Alameda y fue para celebrar el triunfo de Allende, pero luego del Golpe de Estado el muralismo fue perseguido.

El diputado y presidente del PC, Guillermo Teillier, asegura que el gran aporte del artista es haber introducido la preocupación por la cultura popular dentro de la colectividad. Teillier cuenta que cada vez que lo van a incluir en algún documento formal surge la misma duda: ¿cuál será el nombre del “Mono”? “Cuando le pregunto a la gente del PC, nadie se acuerda. Si lo averiguamos, se nos vuelve a olvidar… Porque él es el ‘Mono González’”, dice riendo el diputado.

Aunque González hoy es más conocido por su apodo, eso no siempre fue así. Durante la dictadura vivió en la clandestinidad usando diversos seudónimos. El que más usó fue Marcelo, pero siempre cambiaba el nombre por cualquiera que tuviera la “M” de Mono. Más allá, hasta hoy tiene la costumbre de mirar hacia atrás para asegurarse de que nadie lo siga. Son hábitos que le quedaron de aquella época, dice, como sentarse al medio de la micro para observar ambas puertas.

“El problema no era esconderse. Mientras más lejos, más cerca estás del enemigo porque generas sospechas. Y no quería estar exiliado en mi propia tierra”, comenta el muralista. Por eso, se integró al mundo de la publicidad. Después de todo, ya tenía experiencia con algunos de los afiches de campaña de Salvador Allende, a quien le dio la mano una sola vez.

A mediados de los años 70 el “Mono” y otro amigo de las Juventudes Comunistas, La Jota, fueron clandestinamente a visitar al cardenal Raúl Silva Henríquez. Mientras esperaban en un despacho cerrado, se acercó un secretario y les dijo que el cardenal no los iba a poder recibir, pero que les enviaba un recado. Salieron a caminar en un Santiago frío cuando el secretario les advirtió: “el Monseñor manda a decir que ustedes, los comunistas, se tienen que unir con los democratacristianos para derrocar la dictadura”. No fue algo que al artista le gustara escuchar. Después de todo, el comunismo estaba potenciando una salida armada mientras que la Democracia Cristiana (DC) apoyaba la política de los acuerdos.

“No me interesa esa otra farándula, es como perder el tiempo. Lo otro también es pega, pero esta es más digna”, dice arrugando el bigote González, quien dejó de trabajar con películas que no traten temas sociales o históricos.

Este suceso volvió a su memoria durante la creación de la campaña del “No” en 1988. El PC decidió no participar en la franja porque consideraba que la estrategia pertenecía a la DC y prefirió hacer su propia propaganda. A pesar de que el “Mono” repudiaba a los democratacristianos por optar por vías diplomáticas, recordó el episodio del cardenal y decidió sumarse a ambas campañas.

Un día, antes de reunirse con el equipo creativo de la franja, González fue a comprar pan para la once. Entró en un almacén y vio a un niño frente al mesón que le entregó al almacenero una moneda de 100 pesos:

— Aquí tienes hijo –le dijo el almacenero mientras le daba dos bolsitas de té.

El niño se quedó mirando y esperó.

— ¿Qué necesitas? –le preguntó el hombre.

— El vuelto –dijo tímidamente el niño.

— Hijo, no hay vuelto.

El niño tomó sus bolsas de té y se fue.

El muralista quedó impactado. Pensó en cuántos familiares habría en esa casa para dos bolsitas de té. Cuando se reunió con el equipo, les contó la historia.

Al día siguiente, el equipo decidió recrear el almacén para la franja. Trajeron papas, latas, aceite y todo lo necesario para ambientar la tienda. En la tarde de ese mismo día ya estaba listo. El actor que representaba al almacenero, “don Aníbal”, era hermano del “Mono”, y la actriz que interpretó a la “señora Yolita”, era la madre del director.

La Brigada Ramona Parra fue fundada por Alejandro González y otros miembros de las Juventudes Comunistas en 1968. Su primer mural lo pintó en la Alameda y fue para celebrar el triunfo de Allende, pero luego del Golpe de Estado el muralismo fue perseguido. Hoy, a pesar de que el concurso graffiti-mural GAP-GAM está auspiciado por “una marca de ropa cara”, el Mono aceptó ser jurado porque el lugar donde se realizaría el proyecto ganador era el mismo donde pintó su primera obra. El segundo lugar en el concurso y ex Ramona, Ian Pierce, afirma que con la vuelta a la democracia muchos artistas se desligaron del tema político, pero que ahora hay una generación que ve en los mensaje pintados en las paredes un elemento imprescindible para movilizar a la ciudadanía.

El concejal de San Joaquín y vocalista del grupo rapero Legua York, Gustavo Arias, conoce al “Mono” desde hace 20 años y trabaja con él en la Comisión de Cultura del PC. Arias afirma que el compañero González a pesar de su energía para el trabajo político y artístico, en lo personal, suele ser muy tímido.

Uno de sus exalumnos de un curso de serigrafía que dictó en La Pintana, con quien trabaja actualmente, Iván Bravo afirma que González no se cansa nunca. “Cuando estamos agotados, siempre tenemos la esperanza de que tire la esponja, pero eso no pasa”, dice.

Alejandro González sabe que en unos años más no podrá subir andamios para pintar muros o recorrer las poblaciones y piensa seguir con su lucha ilustrando libros. Entre sus cachivaches guarda varios inéditos. Uno llamado Los animales en sacrificio, es sobre perros callejeros, pero también alude a los viejos abandonados por la sociedad. “A los viejos los dejan botados porque supuestamente ya no sirven, ¿y a qué edad? A los 60. Yo tengo 67 años”, dice.