Yo, robot

Foto de portada gentileza de Rodrigo Quevedo/Fotos interiores: Laura Iturrieta.

Rodrigo Quevedo (40) descubrió que poseía ambición a los 11 años. Estaba en Batton, su fuente de soda favorita de Valparaíso. El dueño del local lo desafió a comerse un completo en dos mascadas, él aceptó, se trapicó, pero cumplió. Como recompensa recibió $500. En vez de gastarlo en dulces o juguetes, compró una caja de huevos. Así comenzó un negocio de venta de huevos que le brindaba más de $100.000 al mes.

Por Rocío Ayala

Quevedo nació el 7 de diciembre de 1975 en Valparaíso, fue scout de la patrulla Búfalos en el grupo Lourdes, estudió en el colegio San Ignacio de Loyola de Valparaíso. Le fascina hacer completos, cocinar mermeladas y fumarse un cigarrillo de vez en cuando. Se casó con Carolina Bastias y tiene tres hijos: Javier (20), Jorge (17) y Rodrigo (11). Actualmente es el presidente de la Asociación de Robótica en Chile y su principal actividad es construir robots para ayudar a niños discapacitados.

Quevedo organiza espectáculos de robots con una estructura narrativa, además de participar en competiciones.
Quevedo organiza espectáculos de robots con una estructura narrativa, además de participar en competiciones.

En diciembre del año pasado, Rodrigo Quevedo instaló su laboratorio en Pumas 1148 en Recoleta, cerca del metro Cerro Blanco. La bautizó como La casa de los ñoños. En el lugar hay repisas con trofeos y piezas metálicas, cubos rubik y un ejemplar de la Revista Condorito: “La cucaracha mecánica”, donde él aparece como Rodrigo “Te veo”, el profesor de robótica de Coné.

En el piso hay más de 20 robots, construidos con el objetivo de ser vendidos a niños y jóvenes para entretención. Unos tienen forma de perro, otros de dinosaurios y algunos parecen autos sacados de la película Transformers.

En el laboratorio de Quevedo suele haber niños trabajando en proyectos y armando autómatas. “Yo soy un gestor de talentos, les enseño a los niños a armar robots. Después de eso, los niños sienten que para ellos nada es imposible, así que incluso suben las notas en el colegio”, explica él.

Quevedo entró a estudiar Ingeniería Comercial en la Universidad de Valparaíso y en un trabajo de investigación conoció la robótica. Quedó tan entusiasmado, que quiso que sus hijos se metieran a un taller para armar robots, pero no encontró ninguno. Rodrigo, el menor de los tres, le propuso que él lo hiciera. Así que compró un robot pequeño para aprender a armarlo. En 2007 el ingeniero le planteó el proyecto al Rottary Club y así fue como nació el primer equipo que comenzó a entrenar: Armamos robots, pero igual carreteamos (con la sigla ARPIC).

El primer grupo de robótica que fundó Quevedo se llama ARPIC: armamos robots, pero igual carreteamos.
El primer grupo de robótica que fundó Quevedo se llama ARPIC: Armamos robots, pero igual carreteamos.

La primera iniciativa de ARPIC fue regalar robots a escuelas. Luego comenzaron a implementar talleres de robótica en colegios y shows de robots en vivo. Estas rutinas son protagonizadas por Tecnoman, el súper héroe que debe enfrentarse al malvado Egotor, que quiere robarle el conocimiento a la humanidad.

En paralelo a las actividades de su grupo, comenzó a competir internacionalmente con los equipos de niños que estaba entrenando. Con ellos ha ganado ocho trofeos mundiales, 14 nacionales y tres latinoamericanos.

También ha llevado a niños a competir a Estados Unidos a The First Robotic Competition, una competencia mundial de robótica para alumnos de enseñanza media, en la que tienen que construir un robot de 54 kilos con características determinadas cada año. En 2014, por primera vez, Chile se coronó campeón con Quevedo al mando de un grupo de 70 niños. “Fue un momento histórico, destronamos al dueño de casa. Llamé a la prensa desde el hotel para que nos esperaran en el aeropuerto”, cuenta el ingeniero y añade: “Al llegar vi a los periodistas con sus cámaras, les dije a los niños que se colgaran las medallas. Pero nadie nos pescó…estaban esperando a la Luli”.

OverMind

La silla es un protótipo utilizado para competencias, pero en el futuro Quevedo sueña con masificarla y venderla a un bajo costo.
La silla es un protótipo utilizado para competencias, pero en el futuro Quevedo sueña con masificarla y venderla a un bajo costo.

Rodrigo Quevedo forma parte del grupo Rotatecno, que él mismo creó para competir en el Cybathlon que se realizará en 2017. Será la primera olimpiada biónica del planeta: una competencia multideportiva para atletas con alguna discapacidad que cuenten con asistencia tecnológica.

El certamen consta de seis disciplinas: carreras de prótesis de brazo, prótesis de pierna, exoesqueletos, estimulación funcional eléctrica, silla de ruedas e interfaz cerebro-computadora. Estas dos últimas inspiraron a Quevedo para crear el software OverMind, que controla una silla que se mueve por medio de ondas cerebrales.

Se han destinado 135 mil dólares para el desarrollo del proyecto que ha gestionado Rotatecno. El proceso comenzó primero con el desafío de mover un robot de Lego, después un robot industrial que tiene un procesador potente y luego la silla con un cintillo que recibe las ondas cerebrales. Hoy Rodrigo Quevedo sigue perfeccionando su silla de ruedas que se controla con la mente y espera simplificar el programa para que esté al alcance de todo aquel que lo necesite y reducir el precio a $50.000.

“Yo tengo una prima que quedó parapléjica hace poco. Cuando escuché la idea fue inspirador y no dudé en querer cambiarle la vida a personas como ella”, asegura Luis Ojeda, compañero de Quevedo en el grupo Rotatecno. La silla de ruedas la probó Alejandro Cruz (25), quien tiene una lesión medular c4c5 completa, es decir, solo puede mover los hombros. También la probó Franco (59), que tiene esclerosis lateral amiotrófica (E.L.A), una enfermedad que produce una parálisis muscular. Éste último espera ser el que maneje la silla en las olimpíadas en Suiza. “Quiero inventar un auto volador, como en los Supersónicos, pero primero voy a hacer que todos los discapacitados caminen”, sentencia Quevedo.

Sobre la autora: Rocío Ayala es estudiante de Periodismo y escribió este perfil en el curso Taller de Prensa, impartido por el profesor Eduardo Miranda. El artículo lo editó Claudio Alfaro en el curso Taller de Edición en Prensa, impartido por el profesor Enrique Núñez Mussa.