Viviendo como manda la Biblia

Hace 15 años dos familias menonitas –una rama de la Iglesia Evangélica– llegaron desde Estados Unidos a Chile para dar a conocer su religión y predicar que el Nuevo y Viejo Testamento no cuentan metáforas, sino una verdad literal que se debe seguir al pie de la letra.

Por Isidora Fuentes Fuhrmann

Ocho jóvenes de entre 16 y 23 años se reúnen fuera de una casa la noche de un viernes de junio, cuando la temperatura bordea los cero grados. Seis son mujeres, usan vestidos largos y el pelo tomado, cubierto por un velo blanco. Conversan en inglés, el español todavía lo están aprendiendo. Se suben todos a un furgón utilitario, un pan de molde, que ya debe tener diez años. Los dos hombres se sientan dentro de la cabina, mientras las mujeres se acomodan atrás en bancos de madera. Está lloviznando. El indicador del aceite está prendido en el tablero, al igual que la luz que avisa que el estanque de bencina está casi vacío.

Como todos los viernes en la noche desde hace tres meses, los jóvenes menonitas de Puerto Octay viajan a las afueras de la comuna a enseñar pasajes de la Biblia evangélica a los niños de una villa de aproximadamente 100 casas básicas construidas por el Gobierno. Cuando llegan al lugar se separan unos de otros y tocan las puertas de donde saben que hay niños dispuestos a participar y padres que se lo permiten. Al terminar el recorrido, se reúnen en la “sede”, una sala construida para las reuniones de los vecinos. Once niños de entre 6 a 13 años llegan al lugar, cerca de diez menos de lo normal. “Debe ser por el frío”, explica uno de los jóvenes menonitas.

A sus 17 años, Carissa Breneman, una de las jóvenes que profesa la religión, se para al frente del resto y les enseña la letra de una canción:

Tic, tic, toc, tic, tic, toc

Jesús está mirándome

En cada hora, minuto y segundo

Jesús está mirándome

En 1999 la iglesia de la hermandad en Shippensburg, Pennsilvania, Estados Unidos, decidió enviar a los Breneman a Chile, quienes recorrieron desde Santiago hasta Chiloé buscando un lugar que les acomodara, el que resultó ser Puerto Octay.

El grupo canta mientras ella hace mímicas con las manos. Luego de cuatro canciones, todos se sientan y otra de las jóvenes pasa al frente y pega cartulinas con las palabras que componen la frase: “Amados, amémonos unos a los otros; porque el amor es de Dios. 1 Juan 4:7a”. Todos la recitan en voz alta y al terminar, ella va sacando las palabras una a una mientras los niños las repiten nuevamente. Después de 15 veces de repetir el ejercicio, la frase ya está aprendida.

San Mateo 28:19–20 “Id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén.”

Los menonitas son una rama de la Iglesia Evangélica, que promueve el sometimiento a los postulados literales de la Biblia, como testimonio real de Jesús. La doctrina nació en Suiza en el siglo 16 como una parte radical y conservadora de la reforma protestante, que buscaba separar la religión del Estado. Su líder, Menno Simons, fue un sacerdote católico holandés que promovió el pacifismo dentro de la reforma. Así, rechazan el bautismo infantil porque no está consignado en la Biblia, realizando el rito en la adultez, y practican el aislacionismo para no caer en los pecados de la sociedad mundana.

De acuerdo a datos del Congreso Mundial Menonita de 2012, en el mundo hay 1,7 millones de personas que siguen esta creencia religiosa. Quince años atrás no existía en Chile una comunidad menonita misionera. Es por eso que en 1999 la iglesia de la hermandad en Shippensburg, Pennsilvania, Estados Unidos, decidió enviar a dos familias a predicar su fe, los Breneman (en la foto principal) y los Goodwin. Recorrieron desde Santiago hasta Chiloé buscando un lugar que les acomodara, el que resultó ser Puerto Octay. Aún cuando apartarse del mundo para la conseguir la purificación es uno de los pilares de su religión, a Chile venían con otra misión: evangelizar.

Llegaron al país en el mismo periodo en que se descubrieron los delitos cometidos en Colonia Dignidad. Las comparaciones con Paul Schäfer –el líder alemán acusado de violaciones a los derechos humanos y abuso de menores– fueron comunes. Ellos también eran extranjeros europeos que pregonaban una fe conservadora. “A veces en la calle me gritaban ‘Paul Schäfer’, pero yo no discutí mucho con eso. Si alguien me pregunta, le digo que no tenemos nada que ver”, cuenta David Goodwin, el pastor de la iglesia menonita en Puerto Octay, un hombre flaco y de pelo castaño claro, barba y anteojos grandes.

Los menonitas son una rama de la Iglesia Evangélica, que promueve el sometimiento a los postulados literales de la Biblia, como testimonio real de Jesús. La doctrina nació en Suiza en el siglo 16 como una parte radical y conservadora de la reforma protestante, que buscaba separar la religión del Estado.

Cuando los Goodwin llegaron a Chile no sabían hablar español, por lo que le pidieron a Alida Cadegán, de entonces 14 años y parte de la iglesia pentecostal de la zona, que les enseñara. Desde ese momento en adelante, Alida ha trabajado ayudando a Starla, la rubia y delgada esposa del pastor, ordenando y limpiando la casa. Cuando sus vecinos supieron de su trabajo, le advirtieron que se cuidara. “Me decían ‘te van a encerrar en una pieza oscura y no te van a dejar salir de ahí’”, recuerda Alida.

Luego de cuatro años de estar escuchando las creencias del pastor David y su familia mientras trabajaba, Alida decidió convertirse. Cambió su ropa por un vestido largo y un velo y empezó su nueva forma de vida. Quiso convertirse a los 18 años, pero sus padres no se lo permitieron, y no fue hasta mayo del año pasado que se bautizó como parte de la Hermandad Menonita. Tuvo que irse de su casa por petición de sus padres. En Puerto Octay, son cinco las personas que ya se han bautizado. Así, ya son veinte miembros en el pueblo, y más de 900 en todo el país pertenecientes a la Iglesia Evangélica Menonita de Chile.

1° Corintios 11:7–9 “Porque si la mujer no se cubre, que se corte también el cabello; y si le es vergonzoso a la mujer cortarse el cabello o raparse, que se cubra. Porque el varón no debe cubrirse la cabeza, pues él es imagen y gloria de Dios; pero la mujer es gloria del varón”.

Un velo blanco que cubre el pelo tomado es la prenda esencial para todas las mujeres de la Hermandad Menonita. Cada mañana se recogen el pelo y, con horquillas y alfileres, fijan el velo. Melanie Breneman, la esposa de John y madre de seis hijos, explica que, según la Biblia, para orar hay que taparse la cabeza. Como quieren estar listas para rezar en cualquier momento, usan el velo durante todo el día. Al ser el pelo “la gloria de la mujer”, lo descubren solo para sus maridos. Jamás se lo cortan.

Tampoco se maquillan ni usan joyas. “Dios nos hizo como él quiere que seamos. Si él quisiera que tuviéramos eso, nos daría eso físicamente”, comenta su hija Carissa. No llevan crucifijos o anillos de matrimonio porque, para ellos, esos lazos con Dios no necesitan ser recordados físicamente.

Sobre la pizarra del templo menonita de Puerto Octay cuelga una madera grabada con un salmo: “Alegraos, oh justos, en Jehová; en los íntegros es hermosa la alabanza”.

Un vestido y un velo confeccionado por ellas mismas, es lo que visten a diario. Aunque hay colores y telas para todos los gustos, es requisito que tapen las rodillas, no tengan escote y escondan la forma del cuerpo. “Hay mucha maldad y muchos que se han apartado de las mentes puras. Como mujeres, queremos proteger a nuestros hermanos y no provocarles tentaciones”, explica Melanie.

Los hombres también tienen sus códigos. Usan pantalones largos y camisas holgadas. Mantienen su pelo corto y, aunque no es una regla, la mayoría se deja crecer la barba.

2 Corintios 6:17 “Salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, no toquéis lo inmundo; y yo os recibiré”.

De lunes a sábado, los Breneman están listos para desayunar a las 6:45 de la mañana. Ya sentados, se toman de las manos y bajan las cabezas, uno de ellos habla en voz alta y pide bendiciones para todos. Luego de comer, leen un pasaje de la Biblia y entonan canciones para proponer en las reuniones de los domingos con el resto de la Hermandad. Finalmente recitan en voz alta cinco veces una lectura para aprenderla de memoria.

Los hijos de la familia Breneman, al igual que los otros jóvenes de la hermandad, no asisten al colegio. “Con la escuela en la casa, los padres pueden enseñar como quieran y así proteger a los niños de las cosas del mundo.

John Breneman, el padre de la familia, sale a trabajar junto a Daniel, su único hijo mayor de edad. Ambos se desempeñan como gasfíteres en la zona. Mientras, Melanie se queda en casa con los otros cinco hijos. Juntos retiran la loza del desayuno y limpian la casa. Cuando todo está listo, comienzan el estudio.

Los hijos de la familia Breneman, al igual que los otros jóvenes de la hermandad, no asisten al colegio. “Con la escuela en la casa, los padres pueden enseñar como quieran y así proteger a los niños de las cosas del mundo. Creemos que la enseñanza de las escuelas públicas va en contra del plan de Dios para nuestras vidas”, comenta John. El problema de los menonitas, es que fuera de la casa no se enseñan los valores cristianos como ellos los entienden, y sus hijos se ven obligados a aprender materias en las que no creen.

Dado que el Estado exige a todos los menores de edad una educación mínima de 12 años, los jóvenes menonitas dan exámenes libres todos los fines de semestre. El tiempo de estudio lo dividen en dos: una parte para dar las pruebas y la otra para aprender de la Biblia.

Génesis 2:2–3 “Y acabó Dios en el día séptimo la obra que hizo; y reposó el día séptimo de toda la obra que hizo. Y bendijo Dios al día séptimo, y lo santificó, porque en él reposó de toda la obra que había hecho en la creación”.

Es domingo. Los Breneman se levantan a las ocho y media de la mañana. Melanie juntos a sus cuatro hijas usan sus mejores vestidos, y John y los hombres llevan camisas más elegantes que de costumbre. Toman desayuno y, cinco minutos antes de las diez de la mañana, hora de la reunión semanal, salen todos juntos de la casa. Los Goodwin también estarán ahí.

Llegan cerca de veinte personas. Es una pieza de madera pintada amarillo pastel en la mitad superior y gris en la inferior, al interior de una casa ubicada junto a la del pastor de la Iglesia. Al frente hay una pizarra verde para tiza sobre la que cuelga una madera grabada con un salmo: “Alegraos, oh justos, en Jehová; en los íntegros es hermosa la alabanza”.

Las mujeres se sientan a la izquierda de la sala y los hombres a la derecha. Cada uno ocupa siempre el mismo puesto. Comienzan a entonar cuatro canciones, la asamblea se inició. Dos personas distintas dan sermones y la reunión es guiada por el pastor. Lugo de dos horas, finaliza y la semana termina tal como empezó, rezando.

Sobre la autora: Isidora Fuentes Fuhrmann es alumna de cuarto año de Periodismo y este reportaje es parte de su trabajo en el curso Taller de Prensa Escrita, dictado por el profesor Sebastián Rivas.