Una vida de pelos

Fotos: Laura Iturrieta

El dueño de Pelucas Avatte lleva una vida transformando a sus clientes. Gracias a un oficio heredado de sus antepasados, gozó del mundo del espectáculo y del entretenimiento. De ascendencia italiana, ama los lujos, las pastas, el tango y a las mujeres. Aunque no piensa retirarse, ha preparado a sus hijos para que se sigan peinando con la industria de las pelucas.

Por Elisa Reyes

Suena un tango de Gardel. Sentado con las piernas cruzadas sobre un sillón de cuero con cojines bordados de hilos rojos y dorados, Juan Carlos Avatte (75) se fuma un cigarrillo. Mide 1,58 y calza unos mocasines de charol negro con cadenas doradas en el empeine. Lleva puesta una camisa negra que bajo la manga deja ver una pulsera y un reloj, ambos de oro. En su mano derecha sostiene un cigarrillo Pall Mall azul, que será fumado hasta su último gramo de tabaco. “No me acostumbro a estas cosas, yo fumé toda la vida cigarrillos sin filtro”, dice Avatte. Su doctor le prohibió fumar, pero igual consume una cajetilla diaria. Debido a este vicio, tose constantemente y su voz es rasposa.

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Una de las pelucas ofrecidas por Avatte. El empresario aún guarda un listado con los morosos de la televisión y del espectáculo que no le han pagado sus pelos.

Lleva 58 años en el rubro de los postizos y dice no tener competencia en el país. “En Chile casi todo es sintético, pero yo ofrezco el producto natural”, dice el empresario. Aprendió y heredó a los 15 años el oficio familiar. Pelucas, peluquines, extensiones, bigotes y pestañas falsas de pelo natural son la especialidad de la marca que lleva su apellido. Sus clientes lo conocen como el rey de las pelucas.

En las murallas de su casa y peluquería en Av. Rancagua 0271, cuelgan numerosos premios recibidos a lo largo de su carrera profesional. También está enmarcada la patente registrada en 1976 por extensiones y entretejido. Ha viajado por 78 países y fue jurado de competencias mundiales de pelucas en ciudades como París y Dusseldorf, donde se evalúa la originalidad y la calidad,.

“Yo le facilitaba muchas cosas a la TV. Soy dueño de la peluca de La Cuatro Dientes, que aún no me devuelven”, cuenta Avatte.

Se jacta de haber peinado y transformado a un gran número de personajes. Artistas, actores, ladrones e incluso maridos celosos. “Desde primeras damas hasta prostitutas usan mis productos”, dice. Se le vio en el Festival de Viña y en programas como Sábados Gigantes con su distintiva tenida de traje y zapatos blancos. “Yo le facilitaba muchas cosas a la TV. Soy dueño de la peluca de La Cuatro Dientes, que aún no me devuelven”, cuenta el experto en postizos. Después de años prestando pelucas para los shows de la pantalla chica, aún mantiene un listado con todos los morosos que se quedaron con sus pelos.

Tiene cuatro álbumes de fotos que dan cuenta de su trabajo para los shows televisivos del país. Fotos con el Profesor Rosa, posando junto a Giolito, peinando a la vedette Nélida Lobato, tocando el piano con Horacio Saavedra en Canal 13 y siendo entrevistado por sus colegas y clientes del Jappening con Ja. “No me gusta mirar estas fotos, porque el 50% de estos amigos ya están muertos”, dice Avatte.

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Entra a la peluquería Marcelo Cuevas, cliente de hace 20 años. Dos veces al mes acude al negocio para cambiar el peluquín café oscuro que cubre el centro de su cabeza. Juan Carlos usa un postizo casi idéntico, pero de pelos canosos, que son los más escasos y caros.

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Una de las trabajadoras de la peluquería de Avatte ordena trenzas donadas.

Avatte cuenta con recolectores de pelo a lo largo de todo el país. “Compro 100 kilos de pelo al año y vendo entre 50 y 100 pelucas al mes”, comenta orgulloso el patriarca del clan. En Chile los más demandados son los rubios, por lo que tiene más de una persona buscando pelos en la Región de Los Lagos, donde hay más descendientes alemanes.

“En el mundo artístico tenía muchos amigos, e invitarlos a comer me salía más barato que hacer publicidad”, cuenta Juan Carlos Avatte.

La dinastía Avatte y su oficio de peluqueros, se remite a principios del siglo pasado en Sicilia, Italia. Sus antepasados armaban pelucas para la corte italiana. Su abuelo Cósimo Avatte fue enviado a Argentina para ampliar el negocio y luego mandó a su hijo Antonio a Chile con el mismo fin. Juan Carlos continuó con el negocio y la tradición de heredar a sus cuatro hijos la pasión por las pelucas. Todos son hijos del mismo matrimonio, que duró 33 años hasta que Avatte se divorció. Cada uno de ellos cuenta con un negocio de postizos. Juntos forman un monopolio en el rubro de los pelos. El mayor, Juan Carlos en Providencia; Marcelo en Viña; Cristián en Barcelona y por ultimo Carolina, la hija menor de 37 años, y la última en incorporarse al negocio, heredará el local del padre. “Mi hija está aprendiendo la parte de hombre, necesita saberlo todo ya que va a heredar mi negocio”, dice Avatte.

Juan Carlos no ahorra ni se aburre. “El dinero es para gastarlo y disfrutarlo”, dice el padre mientras fuma un cigarrillo. Su hija Carolina sentada al otro lado de la peluquería le contesta: “Pero, tiene que haber un punto de equilibro. Tú eres muy extremo. Si vendes un millón, puedes invitar a todos tus amigos a comer y tomar, y gastártelo todo esa misma noche”.

Avatte heredó también de su padre el gusto por las mujeres y los juegos de azar. “Le gustan los caballos y las apuestas. Así se ha gastado toda la plata”, dice Carolina bajando la voz. Juan Carlos tuvo mucho éxito en su negocio y vivió grandiosamente por años. Viajaba, apostaba, comía en los mejores restoranes y se codeaba con celebridades de la televisión chilena. “En el mundo artístico tenía muchos amigos, e invitarlos a comer me salía más barato que hacer publicidad”, cuenta Juan Carlos Avatte.

Las pelucas son fabricadas manualmente y se cosen pelo por pelo.
Las pelucas son fabricadas manualmente y se cosen pelo por pelo.

Hoy la situación es diferente: tiene que trabajar para mantener sus gastos y llega justo a fin de mes. Sus hijos están pendientes, porque se le olvidan cosas, se atrasa en pagar el IVA y es desordenado con las cuentas. “Nadie se mete mucho, porque él es autoritario. Yo recién me vine a la empresa para ordenarlo y ver sus deudas. También se le fue harta plata con sus pololas”, dice la menor de los Avatte. “Yo ya no tengo pololas, solo amigas. Amigas con ventajas”, responde Juan Carlos riendo. Es generoso con ellas. “Hasta le paga los frenillos al hijo de una. Pero no es tonto. Él sabe cómo funciona”, recalca Carolina.

“Yo ya no tengo pololas, solo amigas. Amigas con ventajas”, responde Juan Carlos riendo.

“Mi papá es súper mujeriego”, dice la menor de sus hijos y continúa: “Se mandaba sus canitas al aire, pero se cuidaba, porque nunca ha aparecido otro hijo fuera del matrimonio”. Cuando estaba casado, pasaba quincenas en Buenos Aires por trabajo. “Él decía que iba solo y nosotros teníamos la duda. Ahora de viejo, ha ido revelando que a sus pololas las mandaba en aviones separados”, cuenta la hija.

Avatte aún conserva en una bodega el auto de su juventud bautizado “la paila”, un Ford 38 que tiene toda la carrocería rayada con mensajes y firmas de las mujeres que alguna vez se subieron. “Mis amigos le pusieron así, porque el que entraba salía frito”, cuenta Avatte.

Una de sus amigas con ventaja fue Anita Alvarado, también conocida como la geisha chilena. “La conocí el 90. Era feíta, pero muy simpática. Después se arregló”, recuerda Juan Carlos. Cuando supo los planes de la geisha de ir a trabajar a Japón, él le cosió un segundo pasaporte en una peluca, para que cuando aterrizara y la mafia le quitara todo, ella pudiera escaparse.

Más allá de su lengua suelta y buen humor, sus hijos lo recuerdan como un padre presente y exigente. “Nadie dice garabatos al frente de él, porque se enoja. Las cosas siempre se hicieron a su manera”, dice su hija menor. En casa de los Avatte a las ocho nadie faltaba a la mesa. Su hija Carolina dice que siempre se sintió muy protegida al lado de su padre. Una vez fue acosada en una micro y lo llamó llorando. Al día siguiente, Juan Carlos le tenía un auto de regalo. Nunca le faltó nada. En las fiestas siempre llamaba la atención por sus peinados y extensiones de colores, cosas que se veían solo en televisión. “Era muy generoso. Y nuestras mesadas alcanzaban para mí y mis amigas”, cuenta la hija.

Los amigos de sus hijos siempre transitaban por la casa. En épocas de toque de queda, Avatte les instaló una discoteque en el sótano para que no dejaran de bailar. “Esta casa era pura fiesta. De hecho somos todos carreteros. Mi papá invitaba a todos y todo gratis”, dice Carolina Avatte.

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“¡Martaaaaa!”, grita Avatte cuando sabe que se ha enfriado el café de una clienta. Marta Garcés (55), lleva 16 años trabajando para Juan Carlos. Es su empleada doméstica, y hace 2 meses que aporta en la peluquería. Para el dueño del local, Marta es su agenda personal y confidente. “Ellos manejan un código propio, son súper amigos”, cuenta Carolina. Cuando le preguntan cuántas mujeres ha visto pasar por la casa, Marta no delata a su jefe: “Estoy respetando el código, si no sería deslealtad”. Respecto a las tendencias políticas de Avatte comenta: “Él navega en todas las aguas, porque así no se ahoga”. Juan Carlos recibe casi todos los pagos en efectivo y no lleva un registro detallado de las ventas. Cuando no tiene cómo pagar las cuentas, Marta le presta la plata.

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Juan Carlos Avatte retoca su peluquín de cabellos blancos. Son los más escasos y caros.

“Traje pelo”, grita la niña que entra al negocio. Se dirige a la caja de cartón de la fundación Nuestros Hijos y deposita una bolsa que contiene sus mechones de pelo recién cortados. Acto seguido, Marta le hace un recibo y le agradece por su aporte.

Aproximadamente tres personas entran al negocio de Avatte al día para donar pelo a la corporación del cáncer. En Rancagua 0271 elaboran gratuitamente entre 20 y 30 pelucas para los niños de bajos recursos de la fundación. El compromiso con la institución se originó luego de que el nieto de Juan Carlos padeciera leucemia por cuatro años.

En una de las esquinas de la peluquería hay un altar con distintas imágenes religiosas. “Las personas de las iglesias me traen estas figuras de regalo, porque yo les armo gratis las pelucas para las Vírgenes y Cristos”. Confecciona las pelucas para la Virgen de Andacollo, del Carmen, de Lo Vázquez y el Cristo de Mayo. Las figuras religiosas no son los únicos clientes inertes del peluquero. Coleccionistas de muñecas de porcelana son también fieles consumidores de los servicios y productos del señor Avatte.

“¿Cuántos vienen a almorzar?”, pregunta Marta. “Somos cuatro con Marcelo”, responde Avatte padre. Con una vida social intensa y una pasión por la comida, Juan Carlos reúne a sus amigos y familiares todos los 29 de cada mes a comer ñoquis en su casa. Siguiendo la tradición italiana, pone un billete bajo cada plato para que abunde el dinero el mes que viene.

Avatte saca un fajo de billetes que guarda en el bolsillo de su pantalón y le entrega un par a Marta para que vaya a pagar una cuenta pendiente. Jura que no se jubilará jamás. Ama su oficio y la vida que lleva. Prende nuevamente un cigarrillo, mientras espera que lleguen sus hijos a almorzar. En la radio comienza un nuevo tango de Gardel.

Sobre el autor:Elisa Reyes es estudiante de Periodismo y escribió este artículo en el Taller de Prensa impartido por el profesor Eduardo Miranda. El reportaje fue editado por Claudio Alfaro en el curso de Taller de Edición en Prensa impartido por el profesor Enrique Núñez Mussa. Laura Iturrieta es estudiante de Periodismo y sacó las fotos para este reportaje como colaboradora de Km Cero.