Una vida de comedia

Foto Maximiliano Arce

Luego de convertir el humor en su profesión, el argentino asegura que su carrera comenzó en una sesión del psicólogo, cuando le sugirieron escribir sus pensamientos a modo de terapia. Luego de obtener la gaviota de oro en el Festival de Viña 2014, el comediante sigue trabajando de jueves a sábado en su teatro ubicado en avenida Italia. El resto de los días dicta talleres de stand up y, además, realiza eventos privados para empresas.

Por Bárbara Gormaz

Es miércoles y el argentino Jorge Alís se baja de su station Subaru, vieja y sucia. Vestido con pantalones negros, camisa blanca, chaqueta negra y Converse All Star llega al centro de eventos Casa Piedra, en la comuna de Vitacura, acompañado de su guionista. Viene a hacer su nueva rutina al evento de una empresa privada. En el estacionamiento saca un cigarro mientras el productor del evento le ofrece ir al camarín a comer algo. “No, dejame aquí, no quiero comer nada, gracias”, le responde, pero el comediante no tiene más opción: el gerente de la empresa necesitaba hablar con él, hay líneas del guión que no pueden ir. “Pucha, mira, la parte del Dicom, no. Y la parte de que le dan un crédito a cualquier gil, tampoco”, le advierten. Aunque Jorge Alís asegura que esas exigencias no van con su estilo de trabajo, acepta la censura.

Tal como lo hizo en Viña 2014, el argentino intenta hablar sin censura en sus rutinas. El Festival lo llevó de 100 mil visitas en YouTube con una de sus apariciones en el programa de La Red Mentiras Verdaderas, a 1.400.000 con su show en la Quinta Vergara. Con un promedio de 39,9 puntos en sintonía y un pick de 42, Alís logró ganarse a los televidentes y también al famoso monstruo. Así, hoy tiene 83 mil seguidores en Twitter, mientras que un día antes de Viña tenía 1.800.

A sus 47 años, Jorge Alís camina por la calle y escucha: “¡Buena, argentino culiao!”. Las mujeres le dicen: “¿Perdóoon? ¿A veeer?”, o la gente para y le hace el gesto que se hizo conocido en Viña 2014: “¡Aaaahhhh!”. A él le encanta que las personas lo asocien a los dichos que lo hicieron famoso y lo reconozcan. Antes del Festival sentía que su barrio, en la comuna de Ñuñoa, era un reality show, pero ahora lo es cada lugar que visita: “Todo el mundo me saluda. En Puerto Montt, en Coquimbo, en el supermercado, en todos lados”. Asegura que la preparación para el evento más grande de su vida fue como un parto. Se preparó “espiritual y mentalmente” para lo que fuera. “Mi éxito en Viña fue como mi cuarto hijo. Fue la respuesta a 17 años de trabajo”.

Son las 22:30 de un sábado y el comediante se prepara para salir al escenario y hacer lo que ama desde 2004: su rutina de stand up. Hace diez años que trabaja de jueves a sábado en su teatro-bar El Cachafaz, que en sus inicios se encontraba en la calle Guardia Vieja y hoy se ubica en avenida Italia, ambos en la comuna de Providencia.

Todos los días debe crear algo diferente. A veces ve que el público no sonríe y debe cambiar la rutina al instante. Para hacer stand up se debe tener lo que él llama un “mecanismo de supervivencia”: saber movilizar la mente y el cuerpo en función de lo que pasa abajo del escenario. Otros días no tiene ganas de salir a escena, pero asegura que todo se termina cuando toma el micrófono. “Salís y hacés la historia y es como, qué rico, necesito esto”, dice. “Siempre se sale del guión, se acuerda de algo y relaciona lo que dijo con otra cosa”, comenta Iván Oyarzún, guionista de Alís desde hace seis meses. Iván es quien remata las frases e inventa términos como “mitad huevón, mitad boludo”, frase que lo ayudó a triunfar en el Festival. Según Oyarzún, Alís comenzó en la comedia porque lo disfrutaba y porque lo pasaba bien en el escenario.

Su vida era tranquila antes del Festival, hasta que recibió una llamada de los organizadores. “Sí, no sé, te contestó en un par de días”, respondió. No aceptó de inmediato por miedo a la importancia del evento ni tampoco por un tema de dinero. Eso sí, quería contarle a sus hijos en diez años más que había estado parado ahí, en la Quinta Vergara. Al tercer día dijo “sí” y desde ese instante comenzó a preparase.

“Mi amor, ¿tengo celulitis? Y uno responde: ‘No’. ¡No, boludo! ¡Aunque le ves la celulitis ahí mismo!”, decía Jorge Alís mientras ensayaba una de sus rutinas. Pero nadie lo escuchaba: solo se oía de fondo silbidos y pifias. La primera vez no pudo seguir. La segunda intentó, pero le costaba: sentía el ruido de la desaprobación en sus oídos. Hasta que llegó el día en que aprendió a no escucharlas, a seguir de largo y terminar la rutina. Le puso stop al reproductor, se sacó los audífonos y dejó de escuchar las pifias que tenía grabadas en su iPhone. Desde ese día se sintió preparado para pararse frente a la Quinta Vergara. “Si escuchás que me pifian vos subís el volumen al micrófono y no me cortés. El show será para los que están viendo tele”, le pidió a Álex Hernández, director de Viña 2014.

Nacido en la ciudad de Buenos Aires, Jorge Alís trabajaba como bailarín callejero en la calle Caminito, en La Boca, la más turística de la capital argentina. En 1997 decidió viajar a Chile para enseñar tango y fue a así como conoció a su esposa; enseñándole a bailar. Con ella hoy tiene tres hijos, todos chilenos.

Su carrera de comediante comenzó en 2004, sentado en la consulta de su psicólogo, “escupiendo lo que pensaba”, cuando el especialista le dio la idea: escribir lo que pasaba por su cabeza. “No podía creer que yo pensaba tanta boludez junta. Entonces ahí partió mi carrera de humorista”, recuerda riendo. Lo que en un principio fue una terapia, escribir lo que pensaba, analizar lo que veía y luego ponerle un poco de humor, fue lo que años más tarde sería su profesión. Ese mismo año inauguró el teatro-bar El Cachafaz, donde hoy Alís se dedica a dar clases de tango y junto al comediante León Murillo, su actual compañero de trabajo, realiza rutinas de stand up y un taller para los que estén interesados en aprender este estilo de comedia.

“El Cachafaz fue el lugar donde todo comenzó”, dice Murillo. Los productores de La Red visitaron el teatro, vieron el trabajo de Jorge y lo llevaron a Mentiras Verdaderas. El programa, según Murillo, fue el paso decisivo para que el 24 de febrero el comediante se parara frente a 15 mil personas y terminara su rutina llorando luego de haber recibido el máximo premio del certamen, la Gaviota de Oro. Murillo asegura que su compañero ha logrado entender la técnica de su trabajo y lo ha profesionalizado: “En los peores momentos no bajamos la bandera ningún fin de semana. Ahí estábamos parados haciendo reír, aunque fueran seis personas”.

Hoy la vida de Alís gira en torno al stand up. Dirige un taller ubicado en El Cachafaz donde martes y jueves le enseña a sus alumnos a crear una rutina. Juan Pablo López, alumno del taller, cuenta que Alís acompaña a sus alumnos a ver monólogos a Comedia sin censura, la sección de humor en el programa Mentiras Verdaderas, aun cuando él no se presenta. Está con ellos en los ensayos del taller y para López los mejores consejos los da en el escenario, hablando de todo.

Son las 19:30 horas en el tango-teatro El Cachafaz. Jorge Alís está sentado junto a sus 13 alumnos y León Murillo, su compañero y profesor del taller. Le encanta enseñar. Asegura que es la forma de volver a la esencia de lo que hace y la única manera de conocer las inquietudes de sus alumnos, que a la vez, son el público durante las clases. Un alumno se levanta y se para adelante para hacer la rutina que había comenzado la clase pasada. Todos están en silencio, expectantes, mirando al joven que se dirige al escenario. “Si el mundo se acabara y quedaran solo publicistas, no serviríamos de nada. Estaríamos tocando las puertas y ofreciendo Ariel que saca rápido las manchas”, el aprendiz remata su rutina con un tono desanimado. Los demás alumnos se quedan en silencio. Nadie se ríe, Jorge Alís tampoco.

Sobre los autores: Bárbara Gormaz es alumna de quinto año de Periodismo y este reportaje es parte de su trabajo en el curso Taller de Prensa Escrita, dictado por el profesor Sebastián Rivas. El artículo fue editado por Texia Lorca, alumna de quinto año de periodismo, como parte de su trabajo en el curso Taller de Edición en Prensa Escrita, dictado por el profesor Rodrigo Cea. La foto es de Maximiliano Arce, y corresponde a su trabajo en el curso Taller de Fotografía Periodística, dictado por la profesora Consuelo Saavedra.