Reproductoras de pobreza

Ilustración Mathias Sielfeld

Internacionalmente se consideran “NINIS” a jóvenes entre 15 y 29 años que no estudian ni trabajan. En Chile hay 480 mil personas en esta situación, la mayoría son madres solteras de los sectores más pobres del país. Embarazo adolescente, difícil acceso a salas cuna y desigualdad en los sueldos, son algunas de las causas. La concentración de la pobreza en el sexo femenino es su principal consecuencia.

Por Hernán Melgarejo

En Chile la NINI promedio es mujer y nació en alguna de las comunas más pobres del país. Pudo ser en Lo Espejo, Alto Hospicio o en Ercilla. Vive junto a su familia, de cinco o seis integrantes, en una vivienda social de menos de 50 metros cuadrados. Su madre tuvo su primer hijo en la adolescencia, no terminó la educación básica y trabaja en empleos esporádicos como auxiliar, empleada doméstica o empaquetadora.

La NINI estudiaba en un liceo municipal. Probablemente ninguno de sus familiares ni amigos pasó por la educación superior. No vio la maternidad adolescente como algo que podía ser negativo para ella, y creyó incluso que esta le podía servir para ordenar su vida a largo plazo. No planificó ser madre. Pero quedó embarazada antes de los diecinueve años.

El padre de ese niño o niña quizá dejó el liceo y entró a trabajar. O, en su defecto, no reconoció a la guagua. En cualquiera de los dos casos, la NINI no tuvo quién le ayudara con el cuidado de su hijo. Sus papás no estaban durante el día en la casa. Entonces, la NINI abandonó el liceo para dedicarse a su recién nacido y a las labores del hogar.

Al poco tiempo, su relación fracasó. Convencida de que en esta oportunidad sí lograría formar su propia familia, la NINI promedio tuvo un segundo hijo en menos de dos años. Mientras más pasó el tiempo, se le hizo más difícil reintegrarse al sistema educacional. Sin estudios, sus ingresos, si trabajara, podrían ser hasta siete veces menores que los de las personas con algún título universitario o con escolaridad completa. Y más bajos que los de un hombre en su misma situación. Hoy, con 27 años, la NINI sigue en la casa de sus padres. Si se va a vivir sola, caerá bajo la línea de la pobreza extrema.

Según la séptima Encuesta Nacional de la Juventud, hay 480 mil jóvenes NINIS en Chile, de los cuales el 87 por ciento son mujeres, madres y pobres, como la descrita de manera genérica anteriormente. Los datos de la OCDE muestran a Chile como el cuarto país con mayor cantidad de NINIS de la organización, superado por México, Israel y Turquía. Sin embargo, solo en Latinoamérica el fenómeno está relacionado con la maternidad en sectores socioeconómicos bajos y con la desigualdad de géneros.

Feminización de la pobreza

Según la encuesta Casen 2011, en Chile el 51 por ciento de los hogares pobres tiene una mujer como sostenedora. De estas jefas de hogar mujeres, tres cuartos viven sin pareja; y solo la mitad tiene un empleo estable. La situación de estar sin trabajo y ser jefa de hogar, da como resultado una mayor vulnerabilidad social. Por eso, en Chile existe un 28 por ciento más de mujeres pobres que hombres. Estos últimos tienen menos dificultades para conseguir empleo, y son mejor remunerados. El fenómeno es conocido como “la feminización de la pobreza”.

Si estas mujeres se integraran al mercado del trabajo, el Instituto Libertad y Desarrollo estima que el Producto Interno Bruto del país subiría en un 10%, se reduciría la pobreza y aumentaría en 4 mil millones de dólares la recaudación fiscal. Pero la maternidad adolescente, el posterior cuidado de los hijos y las brechas salariales siguen funcionando como una piedra de tope para que esto no sea posible. Así, las NINIS son el rostro de la pobreza femenina.

A sus 21, Macarena Pérez no estudia ni trabaja. Tiene tres hijos y vive junto a su pareja en uno de los departamentos dúplex que el Estado entregó a las familias del campamento Las Turbinas, en Lo Espejo. Al interior de este, la TV está prendida con El chavo del ocho y su hijo de cuatro años juega con unos globos. La madre de Macarena, Angélica, tiene 36 años, nueve hijos, y representa más edad. Está de visita en la casa. Es ella quien le baja el volumen al televisor y parte contando su historia:

— Cuando Macarena quiso dejar el liceo peleamos harto. Yo no quería que fuera igual a mí. Yo quedé embarazada a los 15, y el papá de ella, y de mis tres primeros hijos, era un celópata. Me pegaba, le pegaba a mis hijas, no me dejaba estudiar, trabajar, nada –dice sentada en un sillón al lado de Macarena–. Por suerte a ella no le tocó un hombre tan malo.

Macarena sonríe y cuenta su versión. Se había aburrido del liceo y prefería hacer la cimarra antes que ir a clases. Frente a los reclamos de su madre y la conflictiva situación de su casa, decidió irse a vivir con su pololo. Al mes quedó embarazada y debió dejar definitivamente el liceo en segundo medio. A su hermana Carolina le pasó lo mismo, también a su prima Paty, y a varias de sus compañeras de curso. Es tan normal embarazarse joven en su círculo, dice, que a un liceo de la comuna lo conocen como “la maternidad”.

El fenómeno del embarazo juvenil es mucho más frecuente en los sectores pobres del país. Mientras en La Pintana el 20,9% de las mujeres fue mamá antes de los 20 años, en Vitacura la cifra es de un 1,4%. Esto tiene para la psicóloga de la UC Erika Kopplin, directora del proyecto de ayuda a madres jóvenes Emprende Mamá, directa relación con la información y con la prevención escolar. Pero también con un asunto cultural:

— Hay niñas que no ven muchas posibilidades de estudiar en la universidad. Entonces, la maternidad se les presenta como una manera de asegurarse un futuro y formar su propia familia –dice Kopplin, para quien las NINIS no identifican los riesgos ni las desventajas de la maternidad temprana.

Según el Ministerio de Salud, el 15.5 por ciento de los embarazos del país corresponden a madres adolescentes. El objetivo que se propuso en el Gobierno de Sebastián Piñera, a través de la Estrategia Nacional de Salud aún vigente, es que la cifra baje 10 puntos el 2020. En mayo, Michelle Bachelet lanzó el programa AMA (Atención a Madres Adolescentes), que otorga apoyo psicológico, en salud y asistencia social para que las madres se reinserten en el sistema escolar, tengan ayuda en la crianza del hijo y prevengan un segundo embarazo.

Macarena cree haber tenido suerte. Su pololo reconoció al hijo, terminó el liceo y se puso a trabajar. Ella, después de desertar del liceo, volvió a la casa de su madre y se dedicó a labores domésticas. Tuvo dos hijos más “para que el menor tuviera hermanitos con quien jugar”, cuenta. Cuando recibió el subsidio habitacional por ser pobladora de Las Turbinas, se fue a vivir con su pareja al departamento dúplex en el que termina de contar su historia:

— A veces me arrepiento de no haber terminado la media. Por ejemplo, dividir que dicen que es tan fácil, ya se me olvidó. Pero soy feliz acá con mi familia. No tengo todavía planes de volver a estudiar o trabajar –dice Macarena, antes de que alguien toque el timbre de la casa y que ella se pare a abrir a la puerta.

La masculinización del trabajo

Claudia, de 27 años, vive en un block ubicado en la calle Ducaud de la comuna de San Bernardo, casi en el límite con La Pintana. Su casa, de 42 metros cuadrados, limita con otras iguales, una al lado y encima de la otra. Ahí vive con su madre, su pareja y sus tres hijos. Viene de comprar pan en el almacén de la esquina y camina con sus bolsas por el patio central.

La historia de Claudia no incluye una deserción escolar. Terminó cuarto medio en un liceo politécnico de La Cisterna e hizo su práctica como secretaria. Quería, como varias de sus compañeras, entrar a un instituto profesional o a la universidad, pero a los 19 años quedó embarazada. Tuvo que retrasar sus planes de estudio y esperar a que su hijo tuviera un año. Cuando este los cumplió, entró a la carrera de ingeniería en recursos humanos en el Instituto Profesional La Araucana y aprovechó las tardes para trabajar como cajera en un supermercado. Pero a los pocos meses la situación se hizo insostenible.

“Mi mamá tenía que llevarse al niño a su pega de auxiliar y empezó a tener problemas, porque ella no podía trabajar nada. Y yo no podía llevarlo al supermercado o entrarlo a clases”, dice Claudia. Entonces dejó su empleo y congeló su carrera. Su pareja, que empezó a trabajar en la construcción, se fue a vivir junto a ella y tuvieron un segundo y un tercer hijo.

Hasta ahora no ha podido cumplir su anhelo de terminar la carrera ni trabajar. La razón: no tiene quien le cuide a los tres niños. Esta es la segunda causa más importante, según Casen 2011, para que las mujeres no trabajen. La principal razón son los quehaceres del hogar. Mientras, los últimos gobiernos han apuntado a las políticas de sala cuna para superar el problema.

A fines del primer Gobierno de Michelle Bachelet, se implementó el plan multiprogramático Chile Crece Contigo, que aumentó la cantidad de salas cuna de 708 a 4.200 en el país, el 90% de ellas manejadas por la Fundación Integra y la JUNJI, y gratuitas para el 60% más pobre. La existencia de estas, según un estudio del PNUD, ha sido una de las reformas que ha permitido el aumento de la participación laboral femenina, que hoy llega al 48,5%. En los quintiles más pobres solo tres de cada diez mujeres trabaja.

El programa fue continuado por la Administración de Sebastián Piñera, que logró cubrir con el servicio todas las comunas del país. Aún así, en las comunas más pobres existe un déficit. Un estudio de la empresa Georesearch muestra que en La Pintana, con una población de 162 mil personas, donde el 21 por ciento de los nacimientos son de madres adolescentes, hay 21 salas cuna. Eso significa que cada establecimiento debería estar habilitado para recibir a 173 niños cada año. Cerro Navia y Puente Alto son otras de las comunas de Santiago que tienen el mismo tipo de problemas.

El aumento de salas cuna no garantiza que suba la participación laboral en las mujeres más pobres. Esto porque, como dice la directora de estudios de Comunidad Mujer, Andrea Betancor, para ellas existen costos extras que les impiden trabajar. “Ellas trabajan en lugares lejos de su casa, entonces, está el costo del transporte y la movilización y las horas al día que esto les significa. Esto les quita tiempo para las tareas del hogar, que realizan sin mayor ayuda. Y todo eso por un sueldo más bajo que el que ganan los hombres por el mismo trabajo”, explica Betancor.

En promedio, el ingreso por hora de una mujer puede ser de hasta un 36 por ciento menor que el de un hombre, y la tasa de subempleo puede ser el doble. Según el Informe de Competitividad Global 2012, Chile está en el lugar 142 de 144 países en desigualdad de géneros. Los expertos de todas las líneas políticas concuerdan en que una de las medidas más importantes para generar mayor inclusión femenina en el mundo laboral, es el cambio al artículo 203 del Código del Trabajo.

La legislación exige a las empresas de veinte o más trabajadoras que paguen el cien por ciento del costo de las salas cuna a sus empleadas si estas lo requieren. Por eso, el 80 por ciento de las empresas no contrata a más de veinte trabajadoras, y aquellas que sí lo hacen, se aseguran de que estas no sean madres al momento de la contratación. Según el programa de Bachelet, el artículo será removido durante su Gobierno.

Claudia espera que su situación cambie en poco tiempo. Dice que cuando su marido logre terminar la carrera de técnico en construcción en el Duoc y su hijo de un año crezca, ella va a volver a estudiar en la universidad. Si eso sucede, podrá optar a mejores remuneraciones y dejar de ser una NINI. Y sus tres hijos, hoy en situación de pobreza, podrían tener un futuro diferente.

Sobre el autor: Hernán Melgarejo es alumno de quinto año de Periodismo y este reportaje es parte de su trabajo en el curso Taller de Crónica, dictado por el profesor Gonzalo Saavedra.