Los días finales de Manuel Contreras

Portada: Nicolás Riquelme.

El ex jefe de la DINA y uno de los hombres de confianza de Augusto Pinochet durante la dictadura falleció el 7 de agosto en el Hospital Militar. Aunque aseguró que sus últimos días serían en libertad, a los 86 años terminó su vida con más de 500 años de condena. Su hijo, Manuel Contreras Valdebenito, dice estar preparado para el juicio que vendrá asociado a la muerte de su padre.

Por Antonia Lira M.

— Yo no voy a morir en la cárcel.

— ¿Dónde va a morir entonces?

— Ese es problema mío.

Esa fue la respuesta de Manuel Contreras a Mónica Rincón y Daniel Matamala durante una entrevista a CNN Chile en septiembre de 2013. Contreras fue director de la Dirección Nacional de Inteligencia (DINA), organismo de extrema relevancia para el régimen de Augusto Pinochet, el cual fue responsable de numerosos casos de violaciones a los Derechos Humanos. Dependiendo directamente de Pinochet, Manuel Contreras manejaba más información que ninguna otra persona en Chile.

El Ejército ya tiene todas las ceremonias fúnebres preparadas, pero su familia no las ha querido conocer. Sí las maneja en detalle el propio ex director de la DINA. Fue él quien pidió que sus restos sean incinerados. “Yo quiero que me cremen, porque sé lo que va a pasar con mi tumba”, le dijo a sus hijos luego de ver lo ocurrido con la sepultura de Jaime Guzmán, según le contó a Km Cero su único hijo hombre, Manuel Contreras Valdebenito, en una entrevista inédita concedida en 2014 que se utilizó como fuente base para este reportaje.

“Que le digan héroe o asesino me da lo mismo”, afirmó el hijo de Manuel Contreras sobre la muerte de su padre.

El hijo de “el Mamo” ya arregló con unos amigos esparcir las cenizas de su padre desde un avión en el campo que tenían en Fresia, en la región de Los Lagos. Su uniforme de gala y las medallas acumuladas en servicio, incluida la condecoración 11 de septiembre recibida de manos de Pinochet, ya están preparados.

Lo que sí está claro es que Manuel Contreras no recibirá honores militares, debido a lo indicado en el artículo 222 del Código de Justicia Militar. Su familia lo prefiere, al ver lo que ocurrió con el funeral de Pinochet. “Sabemos que llegado el momento el escándalo va a ser tremendo. Que le digan héroe o asesino me da lo mismo”, afirmó su hijo.

El traslado de Cordillera a Punta Peuco

En 2013 se cumplieron 40 años del golpe militar que dio inicio a la dictadura de Augusto Pinochet que se extendió por 17 años. Los medios de comunicación se llenaron de historias de la época y diálogos con ex uniformados. Después de seis meses de negociaciones con el ministerio de Justicia, CNN Chile consiguió una entrevista con el general en retiro Manuel Contreras el 10 de septiembre. Sus dichos, a juicio de su hijo, fueron totalmente errados.

Cuando dijo que los gendarmes estaban ahí sólo para “sostenerle el bastón”, el escándalo fue de proporciones y habría sido la frase que llevó al ex presidente Sebastián Piñera a cerrar el penal Cordillera. Dieciocho días después los diez internos fueron llevados a Punta Peuco, un recinto penitenciario con capacidad para 45 personas en la comuna de Til Til.

Antes de que fuera trasladado, Contreras ya tenía varías complicaciones de salud: cáncer al colon, diabetes, insuficiencia renal y leucemia. Además, desde marzo de 2013 debía dializarse tres veces por semana. El pronóstico en ese entonces, según su hijo, fue que su padre moriría en seis o siete meses.

“Lo empezaron a matar todas las semanas a través de Facebook, todo para que nosotros habláramos”, dijo su único hijo hombre.

El recorrido entre Cordillera y el Hospital Militar era de aproximadamente 10 minutos, pero desde Punta Peuco son 60 kilómetros los que debía recorrer para hacerse la diálisis. “Yo saqué la cuenta de los once meses que estuvo mi papá en Punta Peuco. Recorrió 360 kilómetros semanales, lo que en total fueron cuatro veces la vuelta a Chile. Con las dos hernias en la columna que tiene mi papá, se sube a un vehículo y queda inválido”, dijo Contreras Valdebenito.

Además afirmó que desde que se hizo efectivo su traslado, “el Mamo” cambió su estado de ánimo. Él ya había estado en Punta Peuco el año 1995 junto a otros condenados por el caso Letelier. Sin embargo, los internos eran menos de cinco y hoy el penal excede su capacidad máxima, avecinándose un aumento ante los procesos judiciales abiertos.

En el Hospital Militar, pasillos curvos y oscuros dejaban ver los pies de ancianos recostados en habitaciones pequeñas. Los nombres de los pacientes se encontraban escritos a mano debajo del número de las habitaciones. En otras se mantenía reserva, había un cartel que indicaba que el enfermo no podía recibir visitas o simplemente el espacio para escribir su nombre se dejaba en blanco.

Dentro de la habitación del hospital había otro espacio más pequeño llamado “pieza de seguridad”. En ella se encontraban dos gendarmes que lo custodiaban.

Dentro de una de las piezas con vista a la cordillera se encontraba Manuel Contreras. Después de muchas visitas ocasionales al Hospital Militar, hace un año encontró la permanencia. En agosto de 2014 tuvo una descompensación anémica y fue ingresado al centro de salud, que emitió una declaración de dos párrafos que mantenía en reserva su diagnóstico, pero aseguró que se encontraba fuera de riesgo vital. Una semana después de este incidente él volvió a Punta Peuco, sólo para recaer en un estado crítico 20 días más tarde. Desde el 25 de septiembre de 2014 no volvió a salir del hospital.

El recinto no emitió otro comunicado hasta su última recaída el 29 de julio de 2015. La familia Contreras Valdebenito decidió no hablar con la prensa. Ese hermetismo llevó a rumores que se esparcieron rápidamente por las redes sociales. “Lo empezaron a matar todas las semanas a través de Facebook, todo para que nosotros habláramos”, afirmó su hijo.

El otoño de Contreras

Cuando estaba en Punta Peuco la celda de Manuel Contreras era de aproximadamente 6m2. Él continuaba habitando una pieza individual a diferencia de algunos reclusos más jóvenes que habían sido puestos en parejas. En su dormitorio, Contreras tenía un pequeño refrigerador donde mantenía la comida que sus hijos le llevaban cada dos días, ceñida a una dieta determinada por sus médicos. Ex oficiales de la DINA lo ayudaban a comer, a ponerse el pijama y a desplazarse.

En el úlimo año el hospital informó que Contreras se encontraba en estado de coma permanente.

Después de que fue trasladado al hospital el personal lo atendía, vestía y aseaba. Tres veces por semana lo trasladaban en una silla de ruedas a la diálisis que fue suspendida el 6 de agosto, para luego retornarlo a su habitación donde almorzaba sentado en un sillón. Luego dormía toda la tarde, cenaba en cama y se acostaba a las siete. El año pasado podía leer un poco, pero en 2015 ya no tenía la fuerza mental ni física para sostener un libro. De hecho, el hospital dijo que se encontraba en estado de coma permanente.

Estas características fueron ratificadas por una de las personas que lo atendía en el hospital, que prefirió mantener su identidad en reserva. Dijo que la piel de Contreras estaba de un color verdoso, propio del envenenamiento de la sangre, que pesaba cerca de 60 kilos y que no hablaba. “Está hecho un abuelito”, contó el funcionario en 2014.

Dentro de la habitación de hospital había otro espacio más pequeño llamado “pieza de seguridad”. En ella se encontraban dos gendarmes que lo custodiaban, quienes por protocolo de salud, debían estar separados del enfermo. Cuando había cambio de guardia el gendarme entrante debía informar por radio a sus superiores cómo estaba vestido Manuel Contreras y describir su estado.

“Me da la impresión de que quiere estar sólo con nosotros cuatro. Lo demuestra con sus actitudes. Por ejemplo, llega una visita y no la escucha. Mira para otro lado en actitud infantil”, contó Contreras hijo.

El régimen de visita de los familiares de los internos era de dos días a la semana –uno menos que en Cordillera–, el cual se mantuvo con Contreras en el hospital. En todo este tiempo, sólo lo fueron a visitar sus tres hijas, su hijo y su hermano. Fueron ocasionalmente algunos antiguos amigos, pero eran pocos los que seguían vivos. “Me da la impresión de que quiere estar sólo con nosotros cuatro. Lo demuestra con sus actitudes. Por ejemplo, llega una visita y no la escucha. Mira para otro lado en actitud infantil”, contaba Contreras hijo. La falta de glóbulos rojos en su sangre y, por ende, la menor oxigenación en su cerebro, lo habían hecho caer en una notoria demencia senil.

Sus nietos no lo iban a ver debido a sus obligaciones laborales y como casi no hablaba no tenía mucho sentido, según su hijo. Tampoco lo visitaba su esposa, Nélida Gutiérrez. Desde que el ex jefe de la DINA fue trasladado a Punta Peuco las relaciones con ella se deterioraron al punto en que él presentó una demanda de divorcio al matrimonio que habían oficializado en 2010. Contreras le prohibió la entrada al penal y al hospital. En cambio, la madre de sus hijos, María Teresa Valdebenito, lo fue a visitar en dos ocasiones, mantenían una relación cordial.

Desde que el ex jefe de la DINA fue trasladado a Punta Peuco las relaciones con su esposa se deterioraron al punto en que él presentó una demanda de divorcio al matrimonio que habían oficializado en 2010.

“Estoy muy cansado, muy cansado”, repetía cuando lo ayudaban a levantarse o cuando lo acostaban. “Yo no creo que mi papá llegue más allá de fin de año”, decía su hijo en noviembre del año pasado. Nueve meses después de esa conversación, Contreras falleció el 7 de agosto de 2015, un día después de que el equipo médico del Hospital Militar decidiera retirarle el tratamiento de diálisis que recibía tres veces por semana. En una de las muchas conversaciones que tuvieron, Manuel Contreras hijo, le dijo a su padre que no tenía que estar preocupado: “El día que tú te vayas, nosotros vamos a estar tranquilos, porque se va a haber acabado este infierno”.

Mientras su estado de salud empeoraba, los años de pena en su contra aumentaban. Su familia dejó de contar las condenas cuando el número de dígitos llegó a tres, pero se sabe que superaban los 500 años, a los que se sumaron trece más por el secuestro de Víctor Villarroel en la última condena ratificada en su contra.

— ¿Usted cree que va a ir al cielo señor Contreras?

— Sí –afirmó sin dudar en CNN Chile. Última entrevista televisiva que se le conoce a la fecha.

La relación entre Contreras y Pinochet

Cuando Manuel Contreras se encontraba en el regimiento de Arauco el año 1972, Augusto Pinochet dispuso su traslado a Tejas Verdes, ubicado más cerca de Santiago. A pocos días del golpe militar, a pedido de Pinochet, Contreras le presentó a la Junta de Gobierno un organigrama que había preparado junto con la CIA de lo que luego fue la DINA. En su rango de coronel, obedeció al general y se hizo cargo de la organización. Con una diferencia de edad de casi 15 años, Pinochet y Contreras tenían una relación de jefe y subordinado.

El año 1977 Pinochet decidió cerrar la DINA y crear otra unidad que no dependiera de él, sino del ministerio del Interior. La Central Nacional de Informaciones (CNI) fue creada por Contreras, pero a la cabeza quedó Odlanier Mena, uno de los más grandes enemigos del coronel. La relación cercana que tenía Pinochet con el ex director de la DINA se quebró después de este incidente y, según Contreras, porque Pinochet nunca reconoció que él sí sabía las decisiones que tomaba la DINA.

Nunca fueron realmente amigos, pero Pinochet sí estuvo varias veces en la casa de Contreras y Lucía Hiriart de Pinochet conocía a la familia. Fue en esa casa en Príncipe de Gales cuando, en 1978, el dictador dio de baja a Manuel Contreras tras haber sido inculpado por el asesinato de Orlando Letelier. Después de aquella humillación las relaciones nunca mejoraron y las acusaciones de Contreras contra Pinochet fueron varias. Contreras poseía mucha información y Pinochet siempre negó saber lo que ocurría dentro de la DINA.

Ser hijo de Manuel Contreras

“Desde el año 1973 al 77 no lo vi. O sea, lo veía por supuesto pero no conversaba con él. Siempre andaba apurado. Llegaba apurado, se vestía apurado. Era una cosa que de repente a las cuatro de la mañana salía y no volvía hasta dos días después. Él tenía dos maletas en la oficina, una con ropa de invierno y otra con ropa de verano, porque nunca sabía dónde lo iban a mandar.

Cuando se fue preso en 1978, ahí no lo volví a ver. Entré a la Escuela Militar solo y me entregó el espadín mi madre, cuando te lo debería entregar tu padre; ahí no lo vi por un año. Después mi papá salió de la detención, pero nunca más volvió al Ejército. Eso lo deprimió mucho. Le vino una depresión muy fuerte. Ahí armó una empresa de seguridad privada y se dedicó a eso.

Entre el 89 y el 95 mi papá se fue al campo que la familia tenía en Fresia, en la X Región, y yo me fui con él durante tres años. Ahí lo conocí, cuando estuvimos solos. Lo pasamos muy bien. Nadie sabía dónde estábamos. Íbamos a comer a Puerto Varas, Puerto Montt, andábamos a caballo y veíamos teleseries. Por primera vez tuve esa relación padre e hijo que nunca tuve.

En enero de 2005 egresé de la carrera de Derecho y cinco días después mi papá cayó preso nuevamente. Es muy difícil asimilar una carrera como Derecho analizando lo que le está pasando a tu padre. Yo veía que lo que venía no era bueno. Yo le dije que no hiciera nada, que no escribiera libros, que no diera entrevistas, pero hizo lo contrario.

Ahora estoy dedicado a él. Los cuatro, yo y mis tres hermanas. Yo les dije a ellas que bajaran las revoluciones. Están muy tensas. Están todas con psiquiatra y medicamentos. La tensión es muy fuerte. Uno la aguanta cuando es más joven, pero ya a los cuarenta es algo muy difícil de enfrentar. Con una persona fallecida, pasa el tiempo y es más fácil. Pero viviendo la muerte en vida, es muy fuerte, cuesta mucho.”

Sobre la autora: Antonia Lira M. es alumna de último año de Periodismo y este artículo es parte de su trabajo en el curso Taller de Prensa con la profesora Gloria Faúndez.