El primer funeral de Estado de un expresidente en democracia

Fotos: Antonia Lira y Sebastián Varela

Los dos kilómetros de valla papal entre la Catedral y el Cementerio General no estuvieron vacíos ni un centímetro. Las filas para ver el ataúd se extendieron hasta más allá de la medianoche. Los canales de televisión cambiaron su programación y se concentraron en el funeral y la vida del hombre que mereció tres días de duelo nacional. Desde su deceso el 19 de abril hasta el entierro el 22, los restos y la memoria de Patricio Aylwin Azócar no estuvieron en ningún momento a solas. En esta crónica, te mostramos cómo Chile vivió el funeral de Estado de un exmandatario, después de 56 años.

Por Antonia Lira

Falleció el expresidente Patricio Aylwin y todo se paralizó: ceremonias oficiales con carácter de festejo, las sesiones del Congreso Nacional, el viaje de la presidenta a Estados Unidos. No el fútbol ni la marcha estudiantil, pero era un acontecimiento especial. No era cualquier funeral y no era cualquier persona.

Cuando muere un expresidente se pone en marcha una serie de protocolos oficiales, muy rigurosos, y que — por primera vez en muchos años- dan forma a un funeral de Estado, con homenajes y símbolos republicanos. Los últimos cuatro presidentes que fallecieron no contaron con una despedida de estas características. Salvador Allende (1973), Gabriel González Videla (1980), Eduardo Frei Montalva (1982) y Jorge Alessandri (1986), murieron durante la dictadura de Pinochet, quien hizo caso omiso al protocolo oficial.

Para una generación, el de Patricio Aylwin será el primer Funeral de Estado que recordarán.

El último en recibir un funeral de Estado fue Carlos Ibáñez del Campo, quien murió en 1960, a los 82 años, bajo el mandato de Jorge Alessandri. La ceremonia contó con los mismos pasos que la del fallecido presidente Aylwin: honores en La Moneda, en el Congreso Nacional, traslado en una cureña del Ejército, misa en la Catedral, procesión al Cementerio General, lanzamiento de flores en la Pérgola y una ceremonia final en el campo santo. Para una generación, el de Aylwin será el primero que asociarán a esta ceremonia.

El homenaje frente al Palacio de la Moneda el 20 de abril de 2016 fue la primera instancia oficial de la despedida. Después de partir desde la casa del expresidente en la comuna de Providencia, la carroza fúnebre fue en caravana en dirección al palacio presidencial, y pasó antes por la sede de su partido, la Democracia Cristiana. A lo largo de todo el trayecto, se observaba la gente ofreciendo sus respetos. Algunos lo estaban esperando. Otros, se encontraron con el cortejo y se detuvieron a mirar y evocar.

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La llegada a la Moneda fue pasadas las 12:30 del día. En la Plaza de la Constitución lo esperaba una muchedumbre con pañuelos blancos, celulares, cámaras de fotos y muchos ojos vidriosos. En las ventanas de los edificios aledaños había personas asomándose. Incluso las azoteas estaban llenas. El himno nacional -entonado en tiempo fúnebre -por el Orfeón de Carabineros de Chile y la llegada de la carroza provocaron un aplauso inmediato en la gente, que lanzaron papelitos desde los edificios y ondearon pañuelos blancos con nostalgia.

El féretro pasó frente a la presidenta Bachelet cubierto con la bandera de Chile, mientras que dos clarines que tocaban desde el segundo piso de la Moneda producían el único sonido perceptible en un silencio respetuoso. Los clarines y el silencio, en uno de los momentos más emocionantes de la ceremonia. Luego, la marcha fúnebre y la procesión seguida de ojos nostálgicos y más aplausos.

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Cuando el cortejo se perdió de vista, mucha gente se dispersó y siguió con sus días. Otros se quedaron en la plaza. Conocidos y extraños conversaban y recordaban la influencia de Aylwin en sus vidas y anécdotas que asociaban a él.

“Que los funerales estén dentro de la más alta categoría de lo que es una república sirvió para sentirse orgulloso de vivir en la República de Chile”, comentó el decano de la Facultad de Historia UC, Patricio Bernedo.

Este tipo de conversaciones se siguió escuchando en todo momento durante los tres días de duelo nacional. No sólo en las calles. Los medios de comunicación prácticamente no profundizaron en otros temas. Su vida y su legado se mostraron en largos documentales y se conversaron en numerosos debates. La avanzada edad a la que murió Aylwin, 97 años, permitió que los medios se adelantaran y que planificaran con anticipación la cobertura del evento.

Esto, a juicio del decano de la Facultad de Historia de la Universidad Católica, Patricio Bernedo, permitió ver programas de muy buena calidad y diversidad. “Pudimos volver a replantearnos los problemas actuales a la luz de la historia”, comentó Bernedo, y valoró la connotación simbólica de la ceremonia: “El hecho de que sea un funeral de Estado, también colabora en que la cobertura sea entendida como algo un poco más trascedente. Le da más dignidad y una impronta más republicana. Que los funerales estén dentro de la más alta categoría de lo que es una república sirvió para, aunque sea momentáneamente, y así me lo ha comentado gente joven, sentirse orgulloso de vivir en la República de Chile. Sentirse que tú eres parte de una comunidad que tiene ritos”, afirmó Bernedo.

La despedida

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El último día de duelo nacional partió con el ataúd de Aylwin en la Catedral de Santiago, con calles del centro cerradas, contingente policial y periodistas en la Plaza de Armas. La misa fúnebre empezó a las once de la mañana, hora en que la plaza estaba rodeada de gente que observaba lo que pasaba dentro de la Iglesia, a través de pantallas gigantes instaladas afuera.

“Precioso. A la edad que tengo, 57 años, nunca en mi vida había visto algo tan lindo. Muy lindo, porque al expresidente Frei no se le hizo nada y a ninguno de los otros. Para mí es un recuerdo que va a quedar para toda la vida, pero con mucha pena igual. Toda la gente está con pena, porque saben que se va una gran persona. Un respeto y un cariño de parte de todos, porque él fue muy cariñoso con toda la gente, para él todos eran iguales”, comentó emocionada Jessica Arenas, quien viajó dos horas desde el Cajón del Maipo para estar frente a la Catedral.

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La salida del féretro acompañado por el sonido grave de las imponentes campanas de la Catedral soltó las lágrimas de varios asistentes. Cientos de pañuelos blancos al viento, banderas de Chile y de la Democracia Cristiana y miles de ojos vieron partir los restos de Patricio Aylwin en dirección al Cementerio General.

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La carroza con los restos del expresidente avanzó muy lento por las calles del centro de Santiago, escoltada por un escuadrón del Ejército y seguida por autos que llevaban a sus familiares. En el trayecto se escuchaban aplausos, gritos como “¡Viva Presidente!” o “Hasta siempre don Patricio!”. Algunos transeúntes se quedaban mirando la carroza concentrados, otros se sacaban sus gorros al verla. Algunos miraban a la viuda, Leonor Oyarzún, y otros se atrevían a gritarle palabras de aliento o un saludo. Los vendedores ambulantes no desaprovecharon la oportunidad, llenando las calles de banderas de Chile con la cara de Aylwin.

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“Para el último funeral de un presidente, yo tenía 11 años. Me trajo mi hermano y nunca más se hizo por el problema político que tuvimos. Yo hoy quería recordar y por eso vine. Darle gracias a él. El espíritu de la gente que se vive acá me llega a sobrecoger un poco, en el sentido de que incluso cerraron todos los locales para salir y reconocer a la persona. Yo soy asidua a la vega y me emocionó que ahora estaba todo cerrado. Me hace sentir bien”, comentó María Rubio, de 67 años, que caminaba rápido por el borde de las vallas papales siguiendo a la carroza.

“La actitud de la gente ha sido maravillosa. Pura buena onda, puro cariño y reconocimiento a don Patricio. Gente republicana, patriota, maravillosa”, afirmó emocionado el senador DC Patricio Walker a la llegada al cementerio. Cubierta de pétalos de rosas lanzados por los vendedores de la Pérgola de las Flores, la carroza avanzó por avenida La Paz hasta llegar a la entrada del Cementerio General donde la esperaba una ceremonia con discursos oficiales y, la presidenta Bachelet. Sin siquiera haber terminado el homenaje, la gente se empezó a ir. No fue el final lo que importaba, sino acompañarlo en el trayecto.

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La bandera chilena que cubría el féretro fue doblada por tres militares quienes se la entregaron a la presidenta Bachelet para que — a su vez- la entregara a la viuda. Tres salvas de cañón — con su estruendo- rompieron el silencio y abrieron las puertas del cementerio donde entró el ataúd del expresidente, acompañado solo de su familia.

Sobre los autores: Antonia Lira y Sebastián Varela son estudiantes de Periodismo y trabajaron en este artículo como colaboradores de Km Cero.

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