A la batuta, sin batuta

El ruso Konstantin Chudovsky (34) dirige solamente con sus manos, sin podio ni partitura. Se aprende las obras de memoria, porque dice que así cada presentación sale más auténtica. El actual director titular de la Orquesta Filarmónica de Santiago comenzó su carrera en 1999, en Rusia, para evitar enlistarse en el ejército que lo enviaría a la guerra de Chechenia. Se despide de su familia cada seis meses para hacerse cargo de la orquesta en Chile.
 Por Sofía Hidalgo Ulianova

Asistía a un colegio especializado en estudios orientales que estaba cerca de su casa en el barrio del metro Universitet y la institución era del gusto de sus padres. En la época, los rusos asistían al colegio más cercano a su hogar y si tenían un familiar allí dentro, las posibilidades de ingresar aumentaban, por lo que su madre había entrado a trabajar ahí. En ese lugar, él aprendió algo de chino e inglés y reconoce que a sus 16 años no era buen alumno. Las notas no le alcanzaban para entrar a la universidad y la amenaza de ser llamado al servicio militar era seria. “En Rusia ir al Ejército es muy peligroso. Casi todos tratan de evitarlo”, dice Konstantin Chudovsky, de 34 años, mezclando palabras en ruso y español. En 1999 entrar al servicio militar era ir a la guerra de Chechenia.

Chudovsky empieza a considerar la carrera musical como una posibilidad para salvarse de tomar las armas en el Cáucaso. Tocaba piano como la mayoría de los niños rusos, pero nunca lo practicó rigurosamente, a diferencia de quienes aspiran a ser músicos profesionales que comienzan su carrera entre los cuatro y seis años con ensayos de mínimo seis horas diarias. “Mis padres estaban en shock”, recuerda Konstantin, respecto a la decisión que había tomado. “Estaban sorprendidos, porque creían que yo no sabía nada de música”, recuerda.

“Me gritaban `mijito rico´. Yo no supe lo que significaba hasta mucho tiempo después. También escuché gente gritar `dame tu pelo´”, recuerda el ruso de su primera ópera en Chile.

Valentina Bogdanovskaya, su profesora de música, despierta su vocación y capacidad de trabajo aun no develada y se convierte en su segunda madre. Para tomar el camino musical tenía que condensar siete años de estudios musicales en uno. “Me controlaba todo: mi vida privada y profesional. Tenía el pelo largo y tuve que cortarlo. A las siete de la mañana me llamaba para saber si estaba practicando”, recuerda el director. A pesar de los horarios, dice que lo pasaba bien: “Estaba muy contento, encontré una cosa que me gustaba”, recuerda sin evocar sufrimiento alguno por tal disciplina. Un año más tarde entró al Conservatorio Tchaikovsky de Moscú, sin decidir su especialidad aún.

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El movimiento del pelo de Chudovsky lo ha hecho reconocible a los asistentes del Teatro Municipal. Fotos: Gentileza del Teatro Municipal

Doce años después, lejos de Rusia y de la región del Cáucaso, un foco de luz baja desde la izquierda para seguir a Konstantin Chudovsky, entonces de 29 años, quien con un metro 90 de estatura y su melena se abre paso entre los instrumentos. Se para en el centro del foso de la orquesta, sin batuta ni podio. Tampoco tiene partitura. Levanta las manos y empieza a sonar la obertura de la ópera Boris Godunov de Mussorgsky. Ese 22 de julio de 2011 Chudovsky estrena su carrera en Chile, dirigiendo la ópera rusa, que no se presentaba desde hacía 13 años en el país. Pasadas tres horas y 15 minutos, cierra el último acorde y sube al escenario a saludar al público. Desde la platea y los cuatro pisos de palcos se escuchan ovaciones.

“Me gritaban `mijito rico´. Yo no supe lo que significaba hasta mucho tiempo después. También escuché gente gritar `dame tu pelo´”, recuerda el ruso de su primera ópera en Chile, sentado en el Hotel San Francisco, lugar que llama hogar cada vez que viene al país. No era cualquier obra: la ópera con la que parte su carrera en Chile, es la misma con la que había iniciado su camino como director diez años antes en el Conservatorio Tchaikovsky de Moscú, su ciudad natal.

Allí, en un curso frente a profesores provenientes diferentes ciudades de Rusia le piden dirigir la última ópera que hizo en el Conservatorio, pero sin nombrar cuál es. “Una profesora reconoce el fragmento como `la coronación de Boris Godunov’, sin música, sin nada. Solo con los movimientos de mis manos reconoce qué obra estoy dirigiendo”, recuerda Chudovsky, y continua: “en ese momento yo entendí que solo quería ser director. Las manos pueden mostrar la música, su época, sus temas, su fuerza, sus personajes, sus penas y alegrías”. Por eso, ahora al dirigir lo hace sin batuta. “Así logro expresar mejor las particularidades de cada obra, algo que ese instrumento no me dejaría”, declara Konstantin.

“Así logro expresar mejor las particularidades de cada obra, algo que ese instrumento no me dejaría”, declara Konstantin, sobre su particularidad de dirigir sin batuta ni partituras.

Se gradúa como el mejor alumno de su generación del Conservatorio Tchaikovsky. “Puedes ver mi foto colgada en el edificio principal”, dice orgulloso Konstantin. Luego asume como director de la orquestra de Helicon Opera, un escenario nuevo en Moscú que combina repertorio clásico y moderno. A su vez dirige obras puntuales en ciudades europeas y megápolis rusas. Su profesor del Conservatorio, el destacado director ruso Gennady Rozhdestvensky, en una entrevista de 2009, lo nombra primero entre sus discípulos jóvenes más prometedores.

Andrés Rodríguez, director del Teatro Municipal en 2011, queda impresionado aquel día en que Chudovsky estrena Boris Godunov de Mussorgsky. Había escuchado sobre él y entendía que como ruso tendría un mayor conocimiento de la ópera rusa. “No es habitual que llegue una persona y dirija una obra sin partitura. Nosotros quedamos con la boca abierta”, dice Rodríguez.

Durante la temporada 2012, Chudovsky viene como invitado en dos ocasiones hasta que en 2013 Rodríguez le ofrece la titularidad de la Orquesta Filarmónica de Santiago. Aceptó, pero decidió no vivir en Chile, sino venir para cada producción. Unos dos meses para una ópera, un mes para el ballet y un par de semanas para los conciertos. Cada año pasa entre cinco y seis meses en Chile y la otra mitad vive en Viena, con su mujer Elizaveta Chudovskaya, soprano, y sus dos hijas, María y Tatiana. “Ella trabaja el doble, en el teatro y con las niñas, mientras que yo gozo de la vida acá”, se lamenta, pero al mismo tiempo ríe sobre la vida que tiene.

Decidió no vivir en Chile, sino venir para cada producción. Cada año pasa entre cinco y seis meses en Chile y la otra mitad vive en Viena.

Esos seis meses los vive en el Hotel San Francisco, a dos cuadras del Teatro Municipal, el mismo donde se hospedan los artistas invitados. No tiene problemas para comunicarse con ellos, independiente del país que vengan pues habla siete idiomas: ruso, chino, inglés, alemán, francés, italiano y español, todos a gran velocidad, aunque a veces al hablar tiene que parar a tomar aire y sigue. Desayuna con los músicos antes de dirigirse al teatro. Aquella última semana de abril de 2016, Konstantin evita los alimentos de origen animal por la celebración de la Semana Santa de la Iglesia Ortodoxa Rusa. La noche del sábado 30 de abril asiste a la Misa del Gallo, en la Iglesia Rusa en Santiago para celebrar a las 12 que Jesús resucitó y el Día del Trabajador. El domingo vuelve a comer normal.

En el teatro prepara la primera ópera del año, La Gioconda. Así como no tiene problemas para comunicarse con los músicos, tampoco tiene problemas para hacerlo con la orquesta internacional. Los ensayos son de nueve a nueve o incluso más tarde. Se concentra en lo general: en cómo se escucha la orquesta, pero el detalle se lo deja a cada instrumento. El nuevo concertino -primer violín solista-, el venezolano Richard Biaggini, que lleva un mes trabajando con el maestro, destaca su dinamismo. “En tres ensayos tenemos casi montada la obra”, afirma. Otros músicos jóvenes comparten, en lo sustancial, su percepción. En cambio para Mauricio Vega, segundo violín solista, músico chileno que le lleva a lo menos una década en edad a Konstantin, cuenta que los fuertes de Chudovsky son los músicos rusos, como Tchaikovsky. “Es ahí donde logra pasajes de enorme profundidad, sin importar si son pasajes fuertes o más suaves. Pero, le falta carrera para llegar al nivel de Juan Pablo Izquierdo, quien con 80 años le gana en experiencia” dice Vega.

Estos matices de apreciación del trabajo del Director son comunes en todas las orquestas del mundo. El maestro Rozhdestvensky destacaba ante sus alumnos tres universos con los que el director se relaciona en su labor: la orquestra, el público y la crítica. La importancia del buen entendimiento es clave para lograr la mejor interpretación de la obra, aunque desde ubicaciones distantes en el foso y en la partitura, no todos los artistas captan de manera similar el propósito del director. La empatía con el público es crucial para poder transmitirles sentimientos, más allá del conocimiento erudito de los auditores. Finalmente, de la crítica depende en gran medida la proyección en el tiempo de la carrera del artista.

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Chudovsky se cortó el pelo y asistentes al teatro reclamaron que no lo reconocieron en una primera instancia, al verlo dirigir.
Chudovsky se cortó su cabellera característica para abrir la temporada de este año.

El sello Chudovsky es conocer las obras de memoria y dirigir sin partitura involucrando a toda la orquesta y al público. Fue el rasgo que más llamó la atención a Andrés Rodríguez. “Esto me permite concentrarme en el sonido y que cada interpretación sea única”, afirma Chudovsky. Cyril de Marval, Maestro de Baile, destaca: “Él trata de captar las particularidades de cada bailarín para elegir el ritmo adecuado y ayudarlos a lucir al máximo su técnica”. También recuerda la energía de Chudovsky en una presentación del ballet Zorba, el griego: “En una función, Chudovsky deja la orquesta y se sube a bailar al escenario. Le devuelve el foco a los bailarines y dirige a la orquesta desde arriba”.

Su primera presentación en Chile en 2011 esconde un secreto. El elenco de Boris Godunov, mayoritariamente ruso, en la última función el 30 de julio, se atrevió hacer una broma solo para ruso parlantes. El texto de la ópera es universalmente conocido en Rusia, tanto por provenir de un famoso drama de Alexander Pushkin, como de las veces que los rusos la han escuchado a lo largo de sus vidas. Algunas frases de la opera han sido incorporados en el habla cotidiana. Los cantantes jugaron cambiando palabras de las escenas más dramáticas, como la muerte del protagonista. El desafío para quienes entendían el juego de palabras era no reírse y mantener la seriedad propia de la obra. “Yo lloré toda la función y los que no eran rusos en la orquesta me miraban sin entender. Los rusos solo podíamos responder que era nuestra ópera favorita y nos llegaba al corazón”, concluye Chudovsky aguantándose la risa.

La temporada 2016 de ópera en el Municipal se inició con La Gioconda, de Amilcare Ponchielli. El 11 de mayo además del reestreno de la obra tras tres décadas fuera del escenario del Teatro Municipal,se estrenó la nueva imagen del director. Hoy usa el pelo bastante más corto que en su primer viaje a Chile. Sonia Cheviakoff, antigua abonada, comenta en el intermedio que no lo había reconocido sin su melena.

Sobre la autora: Sofía Hidalgo Ulianova es estudiante de Periodismo y escribió este reportaje en el curso Taller de Prensa impartido por el profesor Eduardo Miranda. El artículo lo editó Valentina de Marval en el curso Taller de Edición en Prensa impartido por el profesor Enrique Núñez Mussa.